El amigo imaginario puede ser el osito o la muñeca, pero también personajes completamente invisibles que, sin embargo, tienen nombre propio, personalidad y rasgos físicos definidos y, algunos, hasta manías. Pueden pretender incluso ocupar un lugar en la mesa y hasta en la cama.
Es algo normal
Es lógico que algunos padres se sorprendan e inquieten al encontrar a su hijo enfrascado en una animada charla con su amigo imaginario o soltándole la misma regañina que le han echado a él un rato antes.
Pero no tiene nada de anormal: muchos niños los tienen. Y en realidad, distinguen bastante bien el carácter imaginario de estos personajes. Aunque insistan en su existencia real, en el fondo saben que son producto de su fantasía.
¿Qué hay que hacer?
- No hay que ridiculizar al niño ni decirle que miente, sino ser tolerantes y respetuosos.
- Se puede entrar un poco en el juego, pero sin llevarlo demasiado lejos: no es necesario hacer sentir al niño que nos engaña. En el fondo él sabe que está jugando a «como si» ese amigo existiese. Así, establecemos una complicidad y le permitimos que desarrolle el saludable ejercicio de entrar y salir de la fantasía.
¿Para qué sirven?
Estos amigos imaginarios cumplen diversas funciones:
- Están «los que lo pueden todo»: son como un héroe o un hermano mayor que les saca de apuros.
- Otro tipo es «el que paga el pato» por haber saqueado el tarro de mermelada o esquilado al gato.
- Por su parte, «el hijo adoptivo» se lleva los sermones que el niño ha recibido antes de papá y mamá.
- También está el llamado «amigo fiel»: su misión es dar compañía. Este último suele darse con más frecuencia en hijos únicos o niños sin hermanos próximos en edad.
Autor: Luciano Montero, psicólogo.
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